lunes, 21 de enero de 2013

NAFTALINA


A  mi abuela materna (Q. E. P. D.)

Victoria llegaba como los alisios,
la esperabamos venir con los alisios, en diciembre;
con sus valijas llenas de regalos
para sus nietos y sus hijas.
Solía marcar enceres de cocina
con un cuchillo quizá o alguna herramienta
que dejara tallada sobre las tapas o los fondos
o en la brillante superficie externa
el nombre indeleble de sus hijas.
La veo en el ritual de empacar su ropa y los juguetitos baratos
y las ollas y sartenes, y, antes de cerrar cada maleta
y las cajas de cartón, dos o tres bolitas de naftalina
cuyo aroma permanecía en casa como una invitada más
como otra invitada de honor.
Ahora es una niña sin memoria,
un bebé que no ha aprendido a hablar
y por eso se merece el silencio
de sus recuerdos confundidos y mezclados
por los años vividos, por eso
vive en este junio su interminado diciembre
con esa innominable dignidad de la vejez
la muerte que no demora.