sábado, 11 de febrero de 2012

Armando Díaz (Vulnerable)

El alma gime bajo el dolor del mundo...
Porfirio Barba Jacob

Cada quien carga con su cruz, eso es suficiente como para no perder el tiempo pendientes en problemas ajenos. Pero el peso de la carga varía según pasan los días, como bien nos lo canta Barba Jacob, "Hay días en que somos tan..." Una bello estribillo de una bella canción que puede llenarse con cuanto adjetivo se nos venga a la cabeza.

Vulnerables, ese es el adjetivo con el que completaría el verso de hoy, un hoy que se ha repetido de manera intermitente y sin previo aviso, "Hay días en que somos tan vulnerables, tan  vulnerables ...". Primero, desperté con una extraña angustia, con el credo a flor de labios, como si presintiera una tragedia, como si tuviera en la boca un sabor a desilusión de lo que fuera a acontecer. Luego, una especie de silencio antiguo, o prenatal se apoderó de mí, de modo que apenas podía saludar a mis compañeros en el banco donde laboro como cajero, aunque fue fácil evitar comentarios, puesto que me encerré en mi cubículo y de ahí no salí sino hasta la hora del almuerzo.

En realidad, este empleo no me desagrada del todo, excepto porque llevo ya casi diecinueve años en él, después de haber realizado unos cuantos cursos a distancia de contaduría; llego a mi cubículo, recibo facturas, consignaciones, cheques, no miro a los usuarios del banco, me limito a mi trabajo. Al llegar al banco saludo a mis compañeros sin entrar en detalles, un "Hola, buenos días." es suficiente, me preguntan "¿Cómo estás?" Como si de veras les interesara, sé que es una muletilla sin significado, prefiero una sonrisa sincera como saludo,  uno sabe cuando las sonrisas son sinceras. En fin, yo digo "Bien, gracias." y luego el incómodo silencio, saben que no tienen más qué preguntarme, hasta que alguien comenta el último capítulo de la telenovela de las nueve, es la señal para ir a mi cubículo. En este empleo hay mucho tiempo para solazarse en pensamientos profundos, sobretodo en esos días en que somos tan  vulnerables, tan vulnerables, como hoy. Por ejemplo, hoy pensé que la vida de cada individuo es un laberinto de espejos, y que la primera imagen que revela el primer espejo se pierde a medida que avanzamos y que la idea es volver a encontrar esa primera imagen; pero bueno, quizá pensé eso por lo vulnerable que estoy hoy.

Decía que amanecí  vulnerable y a medida que avanzaba el día, un nudo en la garganta comenzó a asfixiarme, era un llanto que pugnaba por salir, un llanto guardado en lo más profundo desde hace ya mucho tiempo. Desde el día en que murió mi madre no he vuelto a llorar, y antes de eso había pasado mucho tiempo desde la última vez que derramé una lágrima, creo que fue por una película que vi en un oscuro y vacío cine-club, y creo que fue más bien un sollozo, más bien un estremecimiento de alegría que conmueve, sí, creo que fue por el final feliz de la película. Pero, ahora que lo pienso, me parece que no es del todo mi culpa ser menos sentimental ahora que antes, creo que es el hecho de cumplir con mi trabajo, mis horarios, y el tiempo que me falta para entregarme a mí mismo un momento de melancolía (todo ser humano tiene derecho a sus momentos de melancolía). Desperté  vulnerable , pero tengo deudas, una rutina, un cansancio, unas obligaciones, un ritmo que no me permite el lujo de llorar.

Al salir del trabajo, ya de noche, con esas ganas de llorar, con ese sentimiento de que cualquier cosa me podía vulnerar, caminé unas cuadras, un ciego me pidió limosna, un niño dormía en el andén sobre unos cartones, el olor a alcantarillado de las calles me abofeteó la cara, hasta que finalmente llegué al paradero. La diaria miseria de la calle me atacó sin misericordia, en estos días estas cosas brillan más en su opacidad; quise llorar en el paradero, pero no estaba solo, lleno de vacíos monté el autobús, quise llorar pero iba de pié, el autobús estaba incómodamente atestado de gente, incómodamente caliente, incómodamente ruidoso, media hora después baje del autobús, con el llanto desesperado en la garganta, llegué a casa, cerré la puerta a mi espalda y encendí las luces, quería llorar, pero me preparé un sándwich, me bañé, quería llorar.

Confieso que no soy escritor (vulnerable no rima con los adjetivos que emplea Barba Jacob en su canción, no es ni siquiera una palabra esdrújula, podría usar frágiles, pero no encaja con este miedo de que cualquier cosa pueda hacerme daño, con esta dejadez que no termina de salir de una buena vez), me gusta leer poesía, cuentos, novelas, por eso evoqué a Barba Jacob; y en últimas, no tengo la más remota idea de por qué escribo esto, a quién carajos podría interesarle, sin embargo es una vieja costumbre, ya olvidada por cierto, para escaparme de mí mismo. Llegará ese día en que corran vientos ineluctables, y alguien entienda el espejo en el que miro hoy.

Quise llorar, pero estoy ocupado, quise llorar, pero estoy muy cansado, y más cansado con este llanto que no cuaja. Llegarán días en que sea tan lúgubre, tan lúgubre, pero tengo mucho sueño y mañana tengo que madrugar.