Es una noche
sin nombre de 1993. (No sé por qué pienso en los años que vendrán, en los
cuales perdurará la frase con que inicio este texto.) Acabo de terminar de leer
un libro, toda una proeza para un adolescente en
tiempos en que todo era tele y amigos para retozar en la cuadra. Es
el primer libro que leo por mi propia voluntad, impulsado por el filme homónimo
que me obligarían a ver en el colegio, en un salón caluroso y durante una clase
que no quiero recordar. El lector perspicaz pensará “¡Vaya edad tardía!”, pero
las circunstancias eran que la cultura del libro y la lectura en mi familia era
un tema sin pies ni cabeza, y los libros eran más bien un ornamento a los que
se les sacudía el polvo una vez al día. Ahora pienso en ese libro, virgen,
inocente, esperando mis ávidas manos, en un anaquel que llamábamos multimueble,
rodeado de otros que correrían el mismo destino. A pesar de lo que pueda pensar
cualquiera, por mi entonces temprana edad para lanzar juicios referentes a
arte, preferí la versión escrita al filme, y lo sigo manteniendo.
Luego no pude
parar, seguí con otro del mismo autor; era una colección que constaba de diez o
doce títulos que fui leyendo paulatinamente, dos a tres por año quizá; pero la
noche sin nombre a la que quiero llegar, fue aquella en la que me descubrí en
una vocación que aún sigo buscando a tientas, esa noche al terminar el segundo
tomo, que leía después de mis quehaceres escolares, encerrado en mi habitación
mientras la radio me acompañaba entre rock y clásica, me encontré a
mí mismo diciendo en voz alta, como si al conjurarlo se hiciera realidad:
“Quiero ser escritor.”
Muchas noches
sin nombre vinieron después, y en alguna de ellas, como nos pasa a la mayoría
de los hombres, perdí el norte. Ahora ando buscándome, casi veinte años después
busco a ese crío y no lo encuentro; no sé, pero creo que cuando finalmente lo
encuentre y nos veamos frente a frente, ese día lograré cumplir su sueño, y
espero que cuando vea en lo que me he convertido no se lleve una mala
impresión, no quiero decepcionarlo.