Aquella biblioteca
estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme.
Charles Bukowski
Todas las tardes cumplía su cita, Homero, Cervantes,
Whitman, Dickinson, pasearon junto al joven dentro de ese pequeño salón donde
lo esperaba el mundo y la historia. Los viejos anaqueles que guardaban la
música universal, los tomos hechos de tiempo y alma, los lectores ahora
dispersos y perdidos en los pasos de la ciudad, las tardes que ya añejaban un
sabor a verso inconcluso o jamás escrito, como un antiguo vino guardado en las
cavas del Olimpo, todo ha quedado para siempre en la memoria del joven lector.
Estas tardes, ha buscado abrigo frente al mar, en el
insomnio terco de su habitación, en el poema que un amigo jubilosamente le
comparte, pero la biblioteca no está ahí, sus paredes sólo son un recuerdo que
con el tiempo le será ajeno, prestado. La biblioteca perdura ahora en el dulce
hábito de seguir buscando el libro, la página, el verso, la poesía, con esa
misma tenacidad que Ulises dedicara para encontrar su Ítaca.
Alguna tarde del estío volverá a verse levitando en la
atmósfera íntima de la pequeña biblioteca, arrastrado por ese otro río (el que
supo aprender de Borges) a los confines de la historia que a veces se pierden
en el olvido. Alguna tarde, otra vez, el cigarrillo, el café, la solitaria
compañía del jazz, el antiguo enigma del sándalo, las fotografías, el espíritu
de la poesía aleteando sobre las voces, las sombras de los poetas habitando
cada página, el libro que no leyó, otros tantos y tantos en esa inmensa
biblioteca que no leerá, y la noche, la inmutable noche que son todas las
noches silenciando el letargo de las letras ya adormecidas, porque el lector se
habrá ido.
A la Biblioteca de
Poesía Oscar Delgado
